Hay sucesos más sorprendentes. Conseguí que un beodo a quien en el barrio
apodan Macario el Ferroviario por la
gorra que lleva, y porque siempre al pedir limosna dice que es para tomar el
tren, me contara su historia.
Su
estado era distinto y ordenada su vida cuando un atardecer de julio se dirigía
a Madrid, donde debía esperarle su familia para ir todos juntos a la playa. Ya
estaba casi llegando —Guadalajara había quedado atrás hacía un rato— cuando
quedó asombrado por el frondoso bosque de abetos que se extendía al otro lado
de su ventanilla. Árboles milenarios se alzaban, ¿diré majestuosos?, en una
suave pendiente en la que podían verse pequeños arroyos transparentes. Consultó
el reloj, se frotó los ojos, volvió a mirar el bosque de suelo de nieve y salió
confundido del departamento en que se hallaba solo. Se acodó a la ventanilla
del pasillo desde donde pudo contemplar aliviado las naves industriales
próximas a Alcalá de Henares, el paisaje más familiar de descampados llenos de bidones
oxidados y cascotes, neumáticos rotos y postes eléctricos. Abrió de par en par
y respiró reconfortado ese aire que era el suyo. Estaba en la ruta correcta,
estaba llegando a Madrid. Entró de nuevo en su departamento en el instante
preciso en que, al otro lado del cristal, una ardilla emprendía su acrobático
vuelo por las alturas. Se giró nuevamente hacía el pasillo y vio las latas de
un basurero brillando al sol, nudos de carreteras secundarias y grandes
almacenes de muebles y de hierros. Se hundió en su asiento pero esta vez
dejando abierta la portezuela que da al pasillo de manera que pudiera ver la
otra ventanilla. Intentó secarse un poco el sudor, encendió un cigarro, No daba
crédito a semejante espectáculo. Sí miraba a su izquierda veía cementerios de
automóviles, laberintos de uralita y latón, un cielo rosado y los bloques de
viviendas de San Fernando o Barajas; si miraba a su derecha volvía a
encontrarse con parajes de densas arboledas, prados en los que pasteaban vacas,
cordilleras lejanas, caminos en la nieve que terminaban en casas humeantes. Se
preguntó si habría muerto sin sentirlo, pero más allá de este disparate no fue
capaz de pensar en nada. Giraba su cuello de un lado a otro cada vez con mayor
rapidez hasta que quedó agotado. Decidió inclinar la cabeza y se dejó llevar.
El
tren, por su lado izquierdo, entraba ya lentamente en la estación de Chamartín.
Sintió el impulso de saltar por ese lado y completar los últimos metros a pie,
sobre la maraña de vías, pero no lo hizo. La camisa totalmente empapada se le
pegaba al cuerpo, se sentía los latidos en la sien. No quiso mirar pero miró
una vez más a la derecha. En ese momento el tren, entre chirridos, comenzó a
frenar hasta quedar totalmente detenido. Lo que vio le dejó inmóvil: sobre el
andén totalmente nevado de lo que parecía ser la estación de una pequeña aldea
se hallaba en solitario una mujer vestida de negro que sonriendo suavemente le
llamaba por su nombre y aguardaba a que se bajase. Su rostro era de una
vertiginosa belleza. Supo que la conocía desde siempre porque era desde siempre
la mujer de sus sueños o, mejor dicho, era las mujeres de sus sueños porque
estaban todas allí en una, en ella. La que estando enfermo le acercaba
cuidadosamente su cuchara de jarabe, la que escalaba en la noche las tapias del
cuartel para meterse en su catre, la que tomaba frenéticamente aviones para
verle, la que enloquecía por él y se vestía con la ropa que le escogía en los
escaparates en sus paseos solitarios, la que por no existir había convertido su
vida en un paisaje sucio y desolado. Por su aspecto, le recordaba algo a su
primer amor pero con las facciones más suaves y más bellas, más irreal y más
alta, bastante más hermosa. No, no era como su primer amor, era como la canción
de su primer amor, era ese vals.En el otro lado, sus hijos ya lo habían
localizado y golpeaban impacientes con los nudillos en el cristal, a la vez
merendaban y llevaban los labios llenos de aceite y migas. Unos metros más
atrás, su mujer les gritaba algo, probablemente que dejaran de encaramarse al
vagón. En su cara se veía que estaba harta de aguantar a los niños, de sus
varices y del retraso del tren. Recordó que había olvidado unos encargos de
última hora y le dolió la cabeza. A la derecha, la mujer seguía llamándolo, le
hacía señas con la mano, le mostraba un carruaje de caballos junto a una
cantina de madera, un camino bajo los árboles. En el andén de nievealguien
hizo sonar un silbato, no quedaba gente en el vagón. Había que apearse ya, pero
¿por qué lado?
Comenzó a llorar. La mujer de negro se acercó
a la ventanilla, tocó con sus dedos el cristal. El hombre cerró f
uertemente los ojos, emitió un sollozo grotesco y saltó hacia el otro lado. En dos zancadas ya estaba respirando el aire denso de Madrid. «¿Es que siempre siempre tienes que bajar el último?» Escuchó. Había que pasar por casa de tía Presen porque se lo habían prometido, vaya horas, el pequeño no había podido venir porque está con fiebre, tenían que comprar no sé qué por el camino, vigilar a los chicos que no crucen sin mirar y dejen de pegarse, la abuela y Mari Puri vendrán al mismo hotel.
uertemente los ojos, emitió un sollozo grotesco y saltó hacia el otro lado. En dos zancadas ya estaba respirando el aire denso de Madrid. «¿Es que siempre siempre tienes que bajar el último?» Escuchó. Había que pasar por casa de tía Presen porque se lo habían prometido, vaya horas, el pequeño no había podido venir porque está con fiebre, tenían que comprar no sé qué por el camino, vigilar a los chicos que no crucen sin mirar y dejen de pegarse, la abuela y Mari Puri vendrán al mismo hotel.
Deseó que la tierra le tragase allí
mismo. Por entre dos vagones se asomó al otro costado del tren pero no había
más que andenes y todos formaban parte de la estación de Chamartín y en todos
era el mes de julio. A partir de
entonces el sentido de su vida se redujo a la búsqueda de una segunda
oportunidad que nunca llegaría. Sus pocas esperanzas le llevaron a luchar
en un segundo frente, no menos imposible y sórdido que es el del olvido. Si
abandonó a su familia fue porque para él se redujo a un recordatorio cruel del
episodio y la mera comparación de su compañía con la de la mujer que no lograba
borrar de su mente le producía vómitos. Las tabernas forman parte de lo mismo.
Y ustedes no fantaseen. Sé
perfectamente por qué lado habrían bajado del tren. No es mi caso. Mis escasas
posibilidades se reducen a que el ferrocarril ignore que conozco cuanto les he
contado. Así que a callar. No les costará un gran trabajo guardar silencio ya que
en ningún momento me han creído. Bastante difícil lo tengo y lo sé, no albergo
demasiadas esperanzas. Entretanto, viajo a menudo en tren: hablo con los
viajeros cuando ya estoy harto de escuchar a los humanos.
ACTIVIDADES
1.
Busca
en el diccionario las siguientes palabras:
2. Resume brevemente las tres partes en que se divide esta narración:
PLANTEAMIENTO:
NUDO:
DESENLACE
NUDO:
DESENLACE
3. Nuestro protagonista vive un viaje alucinante en un tren en el que por el lado derecho de la ventanilla se ven las cercanías de la estación de trenes de Madrid, y por el izquierdo un paisaje nevado en el que una bella mujer de negro lo llama para que baje por su lado. ¿Qué ocurre al final? ¿Por qué lado baja y qué consecuencias le acarrea?
5. Cuando nuestro protagonista describe a esa mujer misteriosa de negro dice de ella :“la que por no existir había convertido su vida en un paisaje sucio y desolado”. ¿Qué quiere decir? ¿De qué la hace culpable?
6. El narrador nos dice: Y ustedes no fantaseen. Sé perfectamente por qué lado habrían bajado del tren…
Pues
eso: ¿Por qué lado habrías bajado tú? (15 lineas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario